El mercado de Brick Lane se ha convertido en el epicentro de la moda independiente de Londres y amenaza con desbancar a Camden de su lugar de privilegio
Caminar entre un mar de gente y esquivar barbas descuidadas. Sentir cómo el olor a curry y la música callejera se entrelazan. Observar con asombro tenderetes vintage, antigüedades y un sinfín de colores provocados por las recetas culinarias más exóticas. Eso es el mercado de Brick Lane, un antiguo lugar de abastecimiento judío y actual barrio bengalí (también conocido como Banglatown) en el que conviven culturas de lo más variopintas.
Hoy día se ha convertido probablemente en la mejor atracción de domingo para la nueva subcultura hipster e independiente que invade los barrios más alternativos de Europa. Pero también es un punto de referencia para turistas ávidos de sumergirse en el auténtico Londres. Los tiempos en los que Camden era el referente comienzan a quedar atrás. Brick Lane es el futuro, viajero.
Una de las rutas posibles hasta llegar al mercado es la que va desde la estación de metro de Liverpool Street, desde donde se pueden divisar los enormes edificios que coronan el cielo de Londres: la City. Aunque la majestuosidad que provocan esas construcciones rodeadas de grúas se desvanece al adentrarse por Brushfield Street. La Crhist Church, una pequeña iglesia construida entre 1714 y 1729 que adorna el final de la calle, es la señal de que un nuevo Londres está a punto de comenzar. Estamos en Spitalfields.
La bienvenida la realiza una escultura que refleja el pasado mercantil de esta zona, una cabra subida encima de un montón de embalajes llamada I Goat (Yo Cabra). Permanece ahí, impertérrita, desde que ganó el primer concurso de esculturas del barrio. Spitalfields Market, un recinto abarrotado de pequeños vendedores y artesanos, es famoso por los numerosos puestos donde realizar un tentempié de media mañana. Aunque los domingos no es habitual, entre semana se llena de oficinistas que buscan en el Londres más tradicional un poco de refugio de la vorágine financiera que se vive unos cientos de metros más allá.
Después de un buen almuerzo por fin se accede a Brick Lane, donde un laberinto de calles con edificios de ladrillo marrón estilo británico acogen multitud de pequeños comercios. Desde un pequeño restaurante bengalí a un almacén de ropa importada directamente desde los años 80, sin olvidar alguna peluquería para los autóctonos del barrio que aún sobrevive a la corriente del tiempo.
Resulta difícil pensar que en ese “otro Londres” hayan coexistido culturas tan distintas como la judía, la irlandesa y actualmente la bangladesí, que convive con las últimas tendencias callejeras y de moda independientes. Por eso, el olor a comida exótica que desprende The Boiler House Food es el mejor exponente de esa amalgama cultural.
Allí, el turista puede escoger entre recetas provenientes de la cocina mediterránea y asiática. Tallarines, arroz con gambas, pollo dulce o al curry, pescado, frutas y hasta bollería. Todo un menú completo por menos de diez libras listo para comerlo sentado en una de las aceras que vertebran las calles de Brick Lane. Lo que cuatro siglos atrás comenzó como un mercado de patatas, se ha reconvertido en una nueva forma de entender la modernidad y la transgresión. Jóvenes con barba frondosa y vestidos con ropa ochentera, se mezclan con musulmanes ataviados con vestimentas tradicionales y turistas con cámaras dispuestos a radiografiarlo todo, mientras juntos devoran un plato combinado de usar y tirar.
El arte callejero también es otro de los atractivos de este mercado. Los graffitis son una forma de expresión y denuncia social, y en Brick Lane se pueden encontrar de todos los tipos. Corazones, rostros que reflejan vidas apasionantes o figuras amorfas con un significado abierto. Observar las caras de estupefacción de los visitantes al descubrir estas obras y hacer conjeturas sobre lo que transmiten es digno de ser inmortalizado.
Y de repente, un sonido gutural inunda y exalta a la masa. Un artista callejero deforma su voz únicamente con la ayuda de un micrófono para versionar éxitos como World Hold On de Bob Sinclair. Hay aplausos y gritos de personas que se dejan llevar por el artista, que interactúa con el público para enardecerlo. “Hago esto porque me encanta el ambiente que se respira en estas calles”, dice.
Unos metros más adelante, lo opuesto. Dos jóvenes con melena, barba descuidada y pantalones de pana roídos se disponen a tocar una trompeta y un saxofon para animar las compras de una vieja librería que se encuentra a su lado. Si algo queda claro, es que la música también forma parte de este mágico lugar. Además de cantantes, se pueden encontrar vinilos de grupos clásicos como The Beatles, álbumes remasterizados y los últimos y más vanguardistas trabajos de artistas independientes. Todos ellos adornan las vitrinas de las tiendas especializadas de las calles colindantes.
Aún con el eco de los aplausos resonando entre el bullicio de la gente, siempre es posible alejarse del epicentro de la calle y acceder a alguno de los sótanos de los edificios. Uno de ellos llama especialmente la atención. Se anuncia con un cartel de colores colgado de la pared que reza: Vintage Market here. Abrigos, pantalones y hasta joyas de antiguos dueños que buscan alargar sus vidas permanecen colgados de los puestos ambulantes de una nave subterránea reconvertida.
Descender allí es regresar treinta años atrás. Lo viejo está de moda. El olor a naftalina impregna el ambiente, y provoca que por el cuerpo del que visita ese lugar recorra la sensación de formar parte de una nueva cultura. La del último botón de la camisa abrochado hasta arriba y la de las gafas retro, esas que siempre hemos visto en el álbum de juventud de nuestros padres.
Las baratijas y artilugios propios de un rastro también tienen hueco en este lugar. El final de Brick Lane Street se vislumbra entre pequeños puestos con juguetes rotos y ropa usada pero poco glamourosa. Las patatas, tomates y todo tipo de hortalizas también aparecen en esta parte del mercado, una reminiscencia de lo que un día fue y casi dejó de ser. En la actualidad, en cambio, ese mercado de patatas se ha convertido en el núcleo duro de la moda independiente de media Europa. Banglatown no lo ha podido resistir. Brick Lane también es hipster.
Te recomendamos que le eches un vistazo al itinerario por Londres en 4 o 5 días que hemos preparado para ti.
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